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Fuego

El sol estaba agonizando antes de esconderse en la montaña, y lanzaba su rayo más mordaz. Era un rayo tan poderoso que sentía que atravesaba el vidrio de la ventana y se le metía por los ojos dejándole ciega.

Se levantó a cerrar la persiana, y continuó soldando dos piezas de plata juntas.

Todas las tardes, de lunes a viernes, a las cuatro de la tarde, cerraba la persiana, el último grito del sol parecía cada vez más desgarrador, y ella no podía continuar con la milimétrica labor del orfebre.

Todo a su alrededor se detenía mientras soldaba, todo debía detenerse, una milésima de segundo más podía hacer la diferencia entre crear una nueva pieza o destruirla, algunos días el metal era caprichoso y otros estaba dócil y fluía como agua, muy ligero.

Siempre tenía una visita, siempre era alguien diferente, la abuela de los ojos grises, era la que iba más seguido, se sentaba a su lado a verle terminar su labor, silenciosa.

La mujer de los ojos azules, visitaba también seguido el taller, trataba de recogerle el cabello por que ella lo llevaba suelto y le salvaba, la mayoría de veces, de llamaradas del soplete, que ella no veía despistada, por que cambiaba de canción o tomaba algo de agua. Eran tardes muy calientes, agotadoras.

Cada visitante iba cuando ella hacía algo que les llamaba la atención de manera específica, cuando dibujaba, estaba a su lado el hombre de lentes gruesos y mirada triste, al trabajar la cerámica, iba también la mujer de ojos azules, y así.

Para ella solo estaba la gata acaramelada a su lado, ella no veía a los visitantes, a veces tenía la sensación de no estar sola.

A las siete de la noche, el animal se ponía a maullar frenéticamente frente a la puerta, era la hora de terminar la labor, el visitante salía por el portal escondido detrás de la puerta, la gata le daba el adiós.

 

Se apagaba la lámpara, se guardaban las limas, las piezas, se apagaba la olla, todo se quedaba quieto hasta la mañana siguiente, cuando había una pieza nueva para realizar, un visitante nuevo sabía que era su turno, y la gata esperaba con los ojos enormes y fijos, detrás de la puerta del armario.

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